Triumph ha decidido revolucionar el segmento de la media cilindrada, y esta vez lo hace manchándose de polvo. La marca británica abandona por un momento la pulcritud de sus modelos más clásicos para presentar la Tracker 400, una moto que llega con una actitud mucho más gamberra y desafiante que busca trasladar la adrenalina de las carreras en óvalos de tierra directamente al asfalto de tu ciudad.
La estética es lo primero que te atrapa, con un diseño que rompe con las curvas suaves a las que nos tienen acostumbrados. Aquí predominan las líneas más cuadradas en el depósito y una silueta contundente que grita flat-track a los cuatro vientos. Detalles como la tapa de colín, el porta-dorsales luciendo el número 400 o la cúpula frontal sobre el faro LED redondo le dan ese aire de moto de carreras de la vieja escuela, pero con la calidad de acabados que se espera de los de Hinckley.
Donde realmente se nota que Triumph no ha querido hacer un simple ejercicio de estilo es en la postura de conducción. Han reconfigurado por completo el triángulo ergonómico respecto a la Speed 400 para que te sientas al ataque. El manillar es ahora 23 mm más ancho y baja nada menos que 134 mm, lo que te obliga a cargar más peso delante.
Si a esto le sumas unas estriberas que viajan hacia atrás y hacia arriba, acabas adoptando de forma natural esa posición erguida y con los codos hacia afuera tan característica de esta disciplina.
Bajo el chasis, el conocido monocilíndrico TR-Series de 398 cc ha pasado por el gimnasio. Los ingenieros han revisado el perfil del árbol de levas para darle más alegría en la zona alta del cuentavueltas, logrando extraer un 5% más de potencia máxima. Con 42 cv a 9.000 rpm, el motor invita a estirar las marchas, acompañado por la banda sonora que emana de su doble salida de escape orientada hacia el cielo, un toque macarra que le sienta de maravilla.
Con 37,5 Nm de par, tienes el 80% de la fuerza disponible desde tan solo 3.000 revoluciones. Esto se traduce en una respuesta llena y progresiva, gestionada por un acelerador electrónico muy preciso y una caja de cambios de seis velocidades. La idea es que la moto responda al instante, ya sea para salir disparado de un semáforo o para enlazar curvas en una carretera de montaña.
La parte ciclo acompaña estas pretensiones deportivas con componentes de primer nivel. Delante monta una horquilla invertida de 43 mm con 140 mm de recorrido, mientras que atrás confía en un monoamortiguador de gas ajustable. El conjunto pisa sobre unas nuevas llantas de brazos dobles calzadas con los omnipresentes Pirelli MT60 RS, unas gomas que no solo quedan genial estéticamente, sino que ofrecen un agarre más que digno en asfalto y permiten alguna incursión por lo marrón.
Para detener sus 173 kg en orden de marcha, Triumph ha optado por una pinza radial de cuatro pistones mordiendo un disco delantero de 300 mm. La ligereza es una de sus grandes bazas, y junto a una altura de asiento de 805 mm y un arco de pierna estrecho, promete ser una moto muy accesible y fácil de mover para pilotos de cualquier talla.
En el apartado tecnológico, la Tracker 400 no renuncia a nada. Viene equipada con control de tracción desconectable, ABS y embrague asistido. Todo se controla desde un cuadro de instrumentos mixto que combina un velocímetro analógico tradicional con una pantalla LCD funcional, que incluye toma USB-C para que no te quedes sin batería en el móvil mientras buscas la siguiente ruta.
Lo más curioso llega con las opciones de personalización. Estará disponible en tres colores: Phantom Black, Racing Yellow y Aluminium Silver, pero con un giro interesante. Los diseñadores han incluido un gráfico que simula salpicaduras de barro recorriendo la moto desde el depósito hasta el colín, reforzando esa personalidad sucia y competitiva.
Eso sí, tocará tener paciencia: la Tracker 400 llegará a los concesionarios en marzo de 2026 con un precio de partida de 6.245 € y cuatro años de garantía.
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