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Todo hacía presagiar que el domingo de Pecco Bagnaia en Montmeló sería un absoluto desastre, pero no. El sábado, el bicampeón del mundo se encontró sumido en una caos técnico que lo relegó a la 21ª posición de la parrilla, su peor clasificación en tres años. La prometedora configuración probada en Balaton Park se había revelado como un fracaso en el asfalto catalán, dejando al piloto de Ducati a 14 segundos de su compañero de equipo en la Sprint.
Sin embargo, el domingo trajo consigo lo que el propio Bagnaia, con una sonrisa irónica, calificaría más tarde como "la magia del domingo". Lejos de ser un milagro, la Desmosedici del italiano presentaba cambios técnicos cruciales: un basculante diferente y el depósito de combustible diseñado para la carrera larga. Estos ajustes, aunque sutiles, se convirtieron en la clave de su remontada.
Con el semáforo apagado, Bagnaia desató una salida fulgurante. En una sola vuelta, había devorado a nueve rivales, saltando del puesto 21 al 12 y comenzando una escalada que parecía impensable apenas 24 horas antes. El ritmo del bicampeón era sólido, una demostración de pilotaje que le permitió abrirse paso a través del pelotón con la determinación que no encontró el sábado.
"Hasta mitad de carrera iba muy fuerte, estaba remontando bien y había alcanzado a Quartararo”, relató el turinés. Su remontada encontró un muro al llegar a la zaga del piloto francés. Fue entonces cuando la carrera le mostró su cara más cruda. El esfuerzo inicial pasó factura, y el neumático trasero comenzó a desfallecer, impidiendo cualquier intento de adelantamiento claro sobre su rival.
Bagnaia analizó la batalla perdida: “Perdía tiempo con Fabio en la segunda mitad de la pista y lo recuperaba en la primera, así que solo habría tenido la oportunidad de adelantarlo en la primera y en la quinta curva, pero llegaba demasiado lejos. Él gestionó la situación mejor que yo”. Los últimos giros se convirtieron en una prueba de supervivencia. “Sobre todo en las últimas 3 o 4 vueltas estaba realmente en dificultades, no podía acelerar”, confesó.
Al cruzar la meta en séptima posición, a 16 segundos del ganador, el alivio se mezclaba con la extenuación. Pese a la distancia con la cabeza, el resultado era una victoria moral. “Considerándolo todo, el séptimo puesto es un resultado excelente”, afirmó, reconociendo la imposibilidad de aspirar a más desde tan atrás. El domingo les había dado una nueva base: “Habrá que intentar al menos partir de la base de hoy, porque hemos encontrado algo que me ha dado un poco más de agarre y que me ha ayudado a ser competitivo”.
A pesar de la hazaña, la euforia no tiene cabida en el box de Bagnaia. El italiano, con la lección aprendida de un exceso de optimismo tras el Gran Premio de Hungría, se niega a lanzar las campanas al vuelo. La experiencia le ha enseñado a ser cauto y a no construir castillos en el aire antes de tiempo.
Esta nueva filosofía de carrera, más calculadora, también es fruto de la experiencia. “Llevo arriesgando muchísimo toda la temporada”, aseguró, pero con una diferencia clave respecto al pasado. “El año pasado fue una lección para mí: es más importante terminar las carreras que irme al suelo”.
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Con el Gran Premio de casa en Misano a la vuelta de la esquina, el enfoque es de prudencia. Bagnaia evita cualquier tipo de pronóstico o expectativa. “Doy un paso atrás y esperaremos a llegar allí”, declaró, marcando una clara hoja de ruta. “Tendré que empezar desde aquí el viernes, intentar tener un fin de semana normal. Esperemos y luego veremos qué podemos hacer”.
