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Si creías haberlo visto todo en el mundo de las preparaciones, Mark Conrad Reeve viene a demostrarte que estabas equivocado. Este apasionado de las motos ha creado la Honda NSR900RR, una bestia que a simple vista parece una NSR500 de Gran Premio, pero que en realidad esconde el corazón de una CBR900RR Fireblade. Sí, has leído bien: una superbike de calle disfrazada de una de las motos más icónicas de la historia del motociclismo.
De lejos, cualquiera podría jurar que está ante una auténtica NSR500, la moto con la que Honda arrasó en el Mundial de 500 cc durante años. Y es normal, porque el carenado en los colores Rothmans, la posición de ataque y la espectacular anchura hacen que esta moto imponga respeto. Pero cuando te acercas… algo no cuadra.
El basculante monobrazo empieza a levantar sospechas, y al fijarte más, te das cuenta de que esto no es un simple homenaje, sino una transformación en toda regla.
Esto no es un carenado pegado con cinta americana. Reeve ha puesto horas y horas de trabajo artesanal para que cada detalle encaje. Ha pulido el chasis a mano, reubicado toda la electrónica y ajustado los reposapiés para que la postura sea lo más auténtica posible.
Pero lo que realmente te deja con la boca abierta es el doble escape trasero que sobresale del colín, un toque brutal que recuerda a la NSR500 original. Todo acompañado de una parte ciclo ciertamente mejorada respecto a la Fireblade 900 en la que se inspira, especialmente en el tren delantero, que ahora adopta una horquilla invertida regulable (desconocemos procedencia) y unos frenos radiales Brembo, además del amortiguador trasero Nitron.
Vale, no tiene un motor de dos tiempos que suene como un enjambre de abejas furiosas, pero su cuatro cilindros de la CBR900RR sigue siendo una declaración de intenciones. No busca ser una copia exacta, sino una reinterpretación moderna de la legendaria NSR500.
La postura baja, el carenado ancho y la estética de moto de carreras la hacen parecer incluso más agresiva de lo que ya es. Es una Fireblade con alma de Gran Premio, un tributo que engaña al ojo y enamora a cualquier fan de las motos de los 90.
Reeve no ha creado una simple réplica, ha construido una obra de arte rodante que mezcla lo mejor de dos mundos: el diseño de una campeona del mundo y la fiabilidad de una superbike de calle. Una moto que confunde, impresiona y, sobre todo, deja claro que la pasión por las dos ruedas no tiene límites.
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