Lo que debería ser ahora mismo el epicentro de los preparativos para recibir a la caravana de MotoGP, se ha transformado en un escenario desolador. El Circuito Internacional de Chang, en Buriram, intenta contener en estos momentos una grave crisis humanitaria. Las instalaciones, que en febrero deberían ser escenario a de la primera carrera del Mundial de Motociclismo 2026, hoy sirven de techo improvisado para miles de personas que huyen de las bombas.
Apenas faltan un par de meses para que los motores arranquen oficialmente. Del 21 al 22 de febrero están programados aquí los test invernales y, justo después, del 27 de febrero al 1 de marzo, debería disputarse la primera cita del Mundial. Sin embargo, el panorama pinta muy negro. La escalada bélica entre Tailandia y Camboya ha estallado con una fuerza inusitada, poniendo en serio riesgo no solo la celebración del Gran Premio, sino la seguridad de toda la región fronteriza donde se ubica el trazado.
Las imágenes que llegan desde Tailandia hablan por sí solas. Los boxes y las zonas vip, habitualmente ocupados por mecánicos, hospitalitys y pilotos, albergan ahora a cerca de 15.000 ciudadanos desplazados. Según los últimos reportes, el conflicto a lo largo de los 800 kilómetros de frontera ha obligado a estas familias a dejarlo todo atrás, buscando amparo en el circuito tal y como ya sucedió en enfrentamientos pasados.
La administración del trazado ha tenido que aparcar la gestión deportiva para centrarse en la supervivencia. En su página de Facebook, en lugar de promocionar la venta de entradas o los horarios de pista, han publicado listas de necesidades básicas: comida, mantas y suministros médicos.
El origen de este caos no es nuevo, aunque sí su intensidad actual. Hablamos de una disputa territorial que se remonta a la época colonial francesa, pero que este lunes ha cruzado todas las líneas rojas. Lo que empezó como un intercambio de disparos a las 5:05 de la madrugada, donde Tailandia acusa a Camboya de usar fuego de mortero, acabó con la muerte de un soldado tailandés y una respuesta militar a gran escala.
La situación es crítica. El ejército tailandés ha sacado la artillería pesada, literalmente. Se han desplegado cazas F-16 para bombardear posiciones camboyanas, una respuesta contundente que, según fuentes de Camboya, habría costado la vida a cuatro civiles. Bangkok insiste en que solo atacan infraestructuras militares, pero la realidad sobre el terreno es de una volatilidad extrema.
Desde el gobierno tailandés, el mensaje no invita al optimismo de cara a ver motos rodando pronto en Buriram. El primer ministro, Anutin Charnvirakul, ha sido tajante respecto a sus prioridades defensivas: "Hoy se convocó una reunión del Consejo de Seguridad Nacional, en la que se aprobó una resolución que confirma que el Gobierno llevará a cabo operaciones militares siempre que sea necesario según la situación, así como cualquier otra acción que se considere esencial".
Esta declaración de intenciones sugiere que el conflicto podría alargarse. Winthai Suvaree, portavoz del ejército, ha confirmado además siete soldados heridos y justifica los ataques aéreos como una defensa necesaria ante la agresión a la base de Anupong. Mientras, los esfuerzos diplomáticos internacionales, incluidos los intentos de mediación de Estados Unidos que parecían haber calmado las aguas en octubre, han saltado por los aires ante este nuevo repunte de violencia.
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La incertidumbre es total. Dorna y la FIM tendrán que monitorizar la situación minuto a minuto, pero la logística de mover todo el paddock de MotoGP a una zona de guerra activa parece, ahora mismo, una quimera.
