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Un circuito de velocidad en el "jardín trasero" de tu mansión: el sueño de Alan Wilzig

Publicado el 21/12/2017 en Otras noticias

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Por Alfonso Somoza
@sukosomoza | Google +

Cuando uno tiene la suerte de disfrutar de una casa con un jardín trasero, lo habitual es pensar en instalar una piscina, una mesa y una barbacoa, una zona para que juguen los niños, incluso algunos pueden aventurarse con una pista de tenis o una cancha de baloncesto. Sin embargo, si te llamas Alan Wilzig, tienes una fortuna de varios cientos de millones de dólares y dispones de un inmenso terreno detrás de tu mansión de Taghkanic, en Nueva York, entonces te puedes permitir tu propio circuito de velocidad privado.

Todo comenzó cuando Wilzig, un excéntrico empresario de 52 años, decidió comprar en el año 2005 una gigantesca finca de 111 hectáreas a las afueras de Taghkanic, un pequeño pueblo de sólo 1.100 habitantes ubicado en el condado de Columbia. Los 3.3 millones de dólares que Wilzig pagó por la finca -que además incluye una mansión de estilo colonial de hace 150 años- fueron calderilla para este millonario, que sólo un año antes había vendido su banco Trust Company of New Jersey por 726 millones de dólares.

La compra de esta finca y su ubicación no fueron coincidencia: su propietario sabía que en este condado no tendría problemas para levantar un circuito de velocidad privado. Cuando las obras comenzaron en 2007, un grupo de vecinos -temerosos por los ruidos que podrían generar estas instalaciones- logró que un juzgado paralizase todo el proyecto. Después de gastarse medio millón de dólares en abogados, Wilzig consiguió retomar las obras, acabando el circuito en el año 2010 tras un gasto de tres millones de dólares.

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El resultado: un trazado de 1.850 metros de recorrido, con ocho curvas, 13 metros de ancho, tres variantes posibles y un desnivel de 24 metros. Para garantizar la seguridad, Wilzig mandó instalar barreras de foam -espuma- en los puntos más cercanos al bosque, pensando especialmente en las motos, su gran debilidad.

Y es que, tal y como este millonario de 52 años explicó hace poco al New York Post, la idea de crear un circuito de velocidad le llegó como consecuencia del accidente de moto que sufrió un amigo cercano. "Después de recorrer 100.000 millas por todo el mundo en moto sin ningún accidente, supe que sería cuestión de tiempo que alguien me golpease con un coche. Compré esta propiedad con la intención de construir un circuito. Aquí está permitido, a diferencia de los Hamptons", relata al dirario neoyorquino.

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Alan Wilzig es uno de esos millonarios que se gasta el dinero en sus grandes pasiones, en su caso las motos y los coches. Esta pasión por la gasolina la comparte con su pareja, Clemence Lapeyre, una joven de 23 años que no para de dar vueltas en su circuito privado con la Yamaha R3 que Alan le regaló hace poco para que ambos pudiesen entrenar juntos.

"Cuando mejor lo he pasado aquí fue en verano cuando estuvimos corriendo con las motos en el circuito todos los días", cuenta este millonario. "Me levantaba con mi novia a las siete de la mañana, veíamos la F1 en Singapur o Bahrain por televisión, entonces bajábamos y hacíamos el desayuno para mis hijos de 10 y 11 años, que por desgracia no comparten mi entusiasmo por las carreras. Después de eso, Clem y yo nos pásabamos dos horas persiguiéndonos en el circuito antes de volver, hacer el amor durante media hora y entonces disfrutar de tres o cuatro horas de piscina con los niños. ¿Podría haber un día mejor", relata Wilzig sin pelos en la lengua.

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En estos siete años, este empresario asegura haber completado más de 15.000 vueltas a su circuito particular, unos 27.000 kilómetros, y sólo ha sufrido cuatro accidentes sin consecuencias físicas. "Puedes ir lo suficientemente rápido para acojonarte. Los pelos del cuello se te erizan", explica cuando habla de sus sensaciones con la moto en este circuito tan especial.

No menos espectacular es su colección de motos y coches, valorada en más de cinco millones de dólares. Un precioso edifico de cristal y acero, pegado al circuito y levantado sobre dos plantas hace las veces de garaje, donde podemos encontrar verdaderas joyas como un Lola, un IndyCar Toyota de 2002, un Ligier JS P3 de las 24 Horas de Le Mans o un McLaren P1. 

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Y motos, muchas motos. Bimotas de todos los años, YZR 500 del mundial, Aprilia RS 250, nakeds japonesas de los 70 perfectamente conservadas, una KTM 1190 RC8 R, Suzuki GSX-R 1000, Ducati 999, Yamaha TZR 250, Suzuki GSX-R 400... todas listas para salir a pista en cualquier momento, nada de joyas de museo sin estrenar. Porque, tal y como dice el propio Wilzig, "un tipo compra un Ferrari que fue de Steve McQueen por 27 millones de dólares y en nueve de cada diez ocasiones lo saca una vez por semana a la calle para irse a tomar un café a Greenwich, Connecticut. Ven aquí y podrás pilotar estos coches para el proposito con el que fueron fabricados. No puedo pensar en algo mejor".

Y lo cierto es que no podemos estar más de acuerdo viendo cómo disfruta...

 

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Tags: Alan Wilzig, circuito, circuito privado.


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