Hola.
Bastante tiempo sin aparecer por aquí; creo que demasiado. No ha habido ninguna razón en particular, tan sólo que son muchas ventanas abiertas a diario en mi ordenador, ventanas que exigen mucha atención y no me dejan abrir otras todo lo que quisiera.
Bien, ya que uno vuelve, creo que lo menos que debe hacer es aportar algo.
Os dejo este editorial publicada en varias webs. Se trata de una reflexión muy pausada que también os invito a hacer a vosotros.
Al finalizar esta temporada, uno tiene la sensación -tal vez un tanto  paranoica- de que vivimos dentro de una corriente con rumbo incierto,  de que atravesamos momentos en los que la desorientación se apodera de  la multitud que sentimos La Moto de una forma más o menos apasionada;  tiempos turbios que enmascaran y diluyen las referencias y los  principios que forjan el espíritu del motorista… porque, a menos que  algún mediático cuentista o cualquier mercachifle audiovisual venga a  decirme otra cosa, La Moto es, para todo aquel que la ha elegido, una  forma de vida basada en un profundo sentimiento que va más allá de un  simple estado de ánimo y que tiene, por tanto, una raíz eminentemente  espiritual.
     Vivimos tiempos turbios, revueltos por dolorosos momentos en los que los  mercaderes del morbo fatal y los marchantes del sentimentalismo  comercial hacen su agosto escribiendo sobre un teclado o blandiendo una  alcachofa de llamativo logotipo.
¿Dónde ha ido a parar, por tanto, aquella limpia admiración de antaño  por una figura, la del piloto, que personalizaba la bandera de ese  espíritu motorista? ¿Dónde ha quedado, siquiera, el simple respeto por  la sublime pasión que el mismo piloto vive con La Moto? Hoy día se ve obligado a mostrarse como un sujeto afable y razonable,  que hable y se comporte al dictado de un asesor de imagen que vigile,  ante todo y por encima de todo, por una impecable corrección política.
 ¿Dónde ha quedado aquella rivalidad manifiesta con respuestas  irónicas a preguntas directas, sí, aquella respuesta, por ejemplo, del  mismísimo Mike The Bike al ser preguntado por la aparición de Agostini  en El Mundial? “Con esa cara de galán, ya se podía haber dedicado al  cine y mi vida hubiera sido menos complicada.”
 ¿Qué fue de aquella risa alocada, aquellos gestos de showman, aquella  juerga que llevaba permanentemente en el cuerpo el malogrado, querido y  muy admirado Barry Sheene? Aquello no era una simpatía de fachada para  complacer a los sponsors; aquello no respondía, en absoluto, a la imagen  publicitaria diseñada con el molde de cualquier agencia comercial. El  Cokney simplemente era así, y aquello respondía, sencillamente, a un  espíritu entusiasta y divertido que llevaba esa pura juerga hasta la  misma parrilla de salida y que recuperaba después, por supuesto, durante  la vuelta de honor. 
¿Dónde han quedado, sobre todo, aquellos desplantes  airados o aquellas caras de póker con los que Marciano Roberts  respondía a la estúpidas obviedades con las que le abordaba más de un  atolondrado? Aquello le hacía más humano, más marciano por contrapunto, y  más ganador, si cabe.
 Ahora la figura del piloto ha sido convertida, fuera de la moto, en  un producto mediático de alta calidad; pero una vez que se sube a ella,  lo transforman en un mutante complementario y sin espíritu, de una  integridad física valorada muy por debajo del listón que marca la del  resto de las personas. Sí, así se aprecia ahora en muchos lances de las  carreras:
Antes se aplaudía a un piloto tras una caída, se le aplaudía como  carga ánimo y sobre todo como muestra de profunda admiración por alguien  que vive de una forma tan apasionada el motociclismo que llega a  apostar su físico por él, y más en aquellos circuitos. Ahora es muy  frecuente escuchar cómo se aplaude la caída de un piloto, pero en un  momento distinto y por razones radicalmente diferentes: Ahora se aplaude  la caída en el justo instante de producirse y por la simple razón de  que así queda fuera de juego un rival del piloto favorito. Una forma  simplista y embrutecida de ver las carreras y, por extensión, el mundo  de La Moto. 
Una forma de mirar La Moto orientada y alentada, sin duda  ninguna, por una recua de mediáticos oportunistas que hoy hablan como  cualificados expertos para erigirse en jueces categóricos de debates que  ellos mismos montan: Éste es un chulo, éste es muy tímido; éste es  simpático, éste es un estirado; éste es modesto, éste es altivo; este  piloto cae mejor, este piloto cae peor… Hoy hablan así del motociclismo,  llevando todo el entramado de la competición al vacío terreno de la  frivolidad; pero mañana correrán bajo el trasero de un entrenador de  fútbol, como perrillos sin raza, a la espera de que se le caiga del  bolsillo, al buen señor, uno de tantos titulares sabrosos que explotar.
 ¿Dónde está hoy, por tanto, El Espíritu de La Moto?
 Hay que escarbar desde las capas más altas para llegar a la base y  encontrarlo en el motorista que día a día conduce una moto lógica,  simplemente, camino de su trabajo para dejarse recorrer el cuerpo por  esa apasionante sensación que nos transforma y que nos lleva a seguir un  modo algo diferente de vida del que rige la existencia de todos los  demás. La Moto proyecta sobre nosotros todo lo que nos rodea con una  concentrada intensidad, imposible de sentir andando o en cualquier otro  medio de trasladarnos. Como digo en el comienzo de cada curso teórico:
 La Moto nos lanza la vida a bocajarro.
Eso es lo que sentimos todos los motoristas sin distinción, eso es lo  que nos une en esta familia envidiada por el resto de la sociedad.
 Ésos mismos que han colocado en portada y en primera y en segunda  página el accidente de Simoncelli el lunes (día de la prensa del fútbol  por excelencia) siguiente al amargo suceso, los mismos que arrinconaron  el histórico logro de Carlos Checa -primer español campeón del Mundo en  la historia de las Superbikes- dicen que los que piensan como el que  subscribe tienen una visión arcaica del motociclismo.
 Evidentemente tienen toda la razón.
 Es verdad: es lógico que piensen así; pero sólo si se mira a través  de su estrecha perspectiva, ésa a la que les ciñe su obsesionado interés  por la inmediatez. Sin embargo, si, de otra forma, contemplaran el  particular universo de La Moto con un criterio reflexivo y desde una  perspectiva global, se darían cuenta de que, como todo a lo largo de la  historia de La Humanidad, transita en el tiempo cumpliendo ciclos  sucesivos que prácticamente se van repitiendo. Pero es que ellos, ni  tienen tiempo ni interés por pararse a contemplar de esa forma El Mundo  de La Moto…
 ¿Para qué? Si mañana estarán corriendo tras el culo de Mouriño.
 Ellos no sienten cómo la moto proyecta la vida sobre nosotros con esa  apasionante intensidad. Ellos no pueden darse cuenta, por tanto, de que  aunque revienten este filón, tan mediático y productivo, que ahora  explotan con desmesurada codicia, no acabarán con él, porque, como al  final de El Muro de Pink Floyd, siempre quedará una legión de niños que,  con sus carretillas de plástico y sus camiones de juguete, recogerán  cada piedra de ese muro para volver poco a poco a levantarlo. 
Cada  motorista de base está representado en uno de esos niños llevados al  cine por Alan Parker, y cada motorista de base, día a día, sintiendo  cómo todo lo que les transmite La Moto les atraviesa el espíritu en su  cotidiano anonimato, recompondrá la maltrecha esencia de una romántica  pasión que toda esa banda de correveidiles se afana en corroer.
 El espíritu de La Moto prevalecerá sobre todos ellos, desde luego. Prevalecerá sobre todos y todo lo demás.
No se trata de una vana esperanza:
 Es que no tengo ninguna duda.
  
Un saludo para todos.
Muchas gracias.
Tomás Pérez.