Moriwoki

Hola de nuevo.

Éste artículo es sobre los prolegómenos y el momento de la salida.
De momento, vale con esto. Hay más, si veo que os interesa lo coloco.
Un saludo.
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LA ANTESALA Y EL MOMENTO DE LA SALIDA




A las dos de la tarde se empiezan a oír desde dentro del box los himnos de cada uno de los países representados por los equipos participantes. Sin embargo el prolegómeno musical no altera siquiera las expresiones de preocupación y concentración del equipo, con cada miembro concentrado en una tarea concreta.

Hay un momento intermedio en el se les siente vibrar, es el primer brote de un entusiasmo guardado durante días y que sale a la luz al escuchar el himno español. Luego el himno italiano, el inglés, el estadounidense y ell pequeño concierto protocolario tiene su colofón cuando se esparcen por todo el páramo donde se asienta el circuito las alegres notas de La Marsellesa.
Entonces, por un momento, todos los miembros del equipo dejan su tarea y salen al umbral del box a contemplar el espectáculo de una multitud vociferando el himno universal de La Libertad que, por encima de todo, suena en un momento así como una música festiva que pone en pie la grada y eriza el bello de sus ocupantes.

Son las dos y veinte.

Vuelta la atención al box, el gesto de Javier Valera, piloto del equipo Córdoba, Partrimonio de la Humanidad, que habitualmente sonríe divertido, comienza a tomar esa gravedad que nos alcanza en los grandes momentos. Sus pómulos se aflojan y las mejillas caen como si cedieran ante el peso de todo lo que se le viene encima:

Ha llegado el momento de la Verdad. Las 24 Horas de Le Mans dejan de ser una ilusión en el horizonte para convertirse en un reto a la resistencia física y mental del piloto, a su fortaleza síquica, a la mecánica de su máquina y a la capacidad de todo un gran equipo que lo apoya y le impulsa.

Javier se ajusta el mono con la ayuda de su amigo Apolo, unido a él como su sombra en los momentos más trascendentales. Se encarama a la moto y mira y consulta con uno de los mecánicos algunos ajustes sobre el manillar y sobre una de las manetas. Respira profundamente, y al hacerlo, deja ver cómo la presión comienza a contraerle el diafragma. Deja escapar en golpes cortos el aire atrapado en su pecho e intenta liberar con ellos parte de la tensión que comienza a acumular.

Noventa segundos después llega el momento de ponerse en marcha. Alguien vocea: “Dos minutos”. Javier se baja de la moto. Los mecánicos la liberan de los caballetes y arrancan el motor mientras que Javier comienza a dar la mano a cada miembro del equipo, a besar a las mujeres y a abrazar con peculiar intensidad a sus dos amigos del alma, Apolo y Coleta, como si en cada abrazo pretendiera llevarse dentro de sí el empuje entusiasta de cada uno de ellos. También se abraza con los otros dos pilotos del equipo, Dailos y Santi, intercambiando con ellos una fugaz mirada de complicidad.

La emoción invade el box; en esos momentos se palpa dentro del estrecho ambiente que lo inunda y se muestra humedeciendo los ojos de los más sensibles y en el silencio inmóvil que guardan los más reservados, un silencio que les aturde, que les nubla la mente por un momento.

Son las dos y media.

Las motos van saliendo una a una de cada box, enfilan el pit line y comienzan a dar una vuelta a la pista. Cuando aparecen de nuevo en la recta, van formando poco a poco la línea de salida, al mismo tiempo que se ven rodeados por una multitud de técnicos, fotógrafos, periodistas y comisarios.

Se despeja la recta de meta, y ya sólo quedan sobre ella los pilotos subidos en sus máquinas.

Son las tres menos diez.

Las motos completan lentamente, mientras la tensión va acercándose a su punto máximo en todo el circuito de Bugatti, dos vueltas de calentamiento. Y alcanzan de nuevo la recta. Cada piloto va colocando su máquina en la posición que ha logrado en los entrenamientos, y mientras la sujeta derecha su mecánico de confianza cruza la pista para situarse al otro lado, dentro del pequeño círculo marcado en el césped justo enfrente de su moto.

Se hace un silencio sobrecogedor interrumpido tan sólo por la impertinencia de la megafonìa.

Faltan tres minutos.

El speaker grita en el francés más incomprensible y los pilotos, que se mantenían oblicuos al suelo, en un equilibrio imposible sujetando su ímpetu mientras clavaban la mirada en su moto, echan a correr. Durante unos segundos se sigue oyendo la estridencia de los altavoces, aplastando ese silencio en el que el público contiene la respiración mientras contempla sobrecogido a los pilotos en esa escueta pero desenfrenada carrera hacia las motos.
Se deja oír el aullido del primer motor y una centésima después la recta se convierte en un clamor mecánico, sonando como una explosión que libera la excepcional tensión acumulada en cien mil corazones que disfrutan y que también hacen posible el espectáculo. El público de las tribunas deja escapar el aire contenido en el pecho durante el último minuto mientras ve perderse la última moto al fondo del curvón que deforma la recta mientras inicia su ascenso hacia la chicane.

El equipo también respira al comprobar con alivio que el motor ha arrancado y al perder su moto de vista envuelta por el gran pelotón. Y por supuesto el desahogo también llega para el piloto que, al soltar el embrague libera con nadie todo ese estrés acumulado, no ya durante la hora anterior, sino tal vez durante toda la semana o quién sabe cuántos días más.

Todo el equipo contempla a través del monitor de TV en el interior del box el desarrollo de la primera vuelta, disfruta del espectáculo que ofrece la lucha y mira de refilón el primer paso de las motos por delante del box, cuando inician la segunda vuelta.

Sin embargo, no podrán relajarse por más tiempo.
Cuando las motos vuelven a pasar, el jefe de equipo ordena desalojar la segunda moto para iniciar su despiece en la trastienda del box y sobre la plataforma elevadora del camión.


La edición 2010 de Las 24 Horas de Le Mans ¡YA ESTÁ EN MARCHA!