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Anterior 23-oct-2017, 09:29  
Moriwoki
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Predeterminado Proyecto 24H-40A: Un momento angustioso en carrera

Hola a todos.

Una situación que puede resultar insólita en la velocidad, pero que puede darse en la resistencia, y que os traigo, en cualquier caso, desde la más estricta intimidad del piloto.
No os riáis, por favor, jajajajaja, o reíros, si así os sale, pero os aseguro que vivirlo no tuvo ninguna, ninguna gracia. Fue duro. Bastante duro. Jajajaja.
Ahí os el relato de los hechos.
Muchas gracias.



PROYECTO 24Hores-40Años: EL MOMENTO MÁS APREMIANTE



Que la resistencia representa, como especialidad, una verdadera aventura en el circuito queda puesto de manifiesto en distintas vicisitudes de las carreras, algunas de ellas tan expuestas como obvias; sin embargo, otras no salen nunca a la luz, manteniéndose para siempre al resguardo de las trastiendas que cada equipo monta en la parte trasera de su box, o en otros casos, incluso, en la recóndita intimidad del propio piloto.



Bien. Esperando que el lector no tenga en cuenta la posible indiscreción de un servidor, pasaré a revelar una de ellas, en este breve relato, que puede hacerle sonreír en un principio, desde luego, pero que vivido en las propias carnes, poca broma guarda en su seno, se lo aseguro.
Esta circunstancia concreta no puede darse, y además es fácil de evitar, en una carrera de velocidad pura, porque cada piloto se preocupa de tomar la salida más escurrido que una esponja colgada del tendedero. De hecho, para estas 24 Horas de Montmeló, era un detalle que había tenido muy, pero que muy en cuenta, para no encontrarme con ninguna cuita que distorsionara la concentración que mantendría antes de cada relevo…, por si no fueran ya pocas las preocupaciones que uno llevaba encima. Había vigilado con ojo la alimentación a lo largo de los días que pasé en el circuito y particularmente durante las horas previas a la propia carrera.



Sin poder imaginarlo


Sin embargo, en el anochecer del sábado y con diez horas ya cumplidas de carrera, no me daría cuenta de que me llevaba a la boca cualquier cosa de pasada que el cocinero de mi equipo, el Motocrom+50, habría servido para toda la tropa. No recuerdo con exactitud qué fue, pero a buen seguro que se trataba de algo potente y en suficiente cantidad como para dejar depositada en mis entrañas la semilla que desataría, a la postre, un comprometido cataclismo.

Me preparé para mi primer relevo nocturno y tercero de la carrera. Y me ajusté el traje técnico Hevik que llevaría puesto bajo el mono sin percibir ni el más mínimo síntoma, la más leve sospecha, con la mente concentrada en la pista y el espíritu sensiblemente encogido por la preocupación que estuvo presente en el trasfondo de cada momento que compuso aquella carrera.

Sentado, comencé a enfundarme el mono por las piernas y al ponerme en pie para acoplarme la espaldera, como una coraza, tampoco percibí ni el más mínimo conato, ni una sola contracción delatora, ni en la parte alta ni en la baja de mis interiores. Terminé de equiparme, y me senté en la trastienda del box para hacer mi guardia, mientras mi compañero Miguel se mantuviera rodando en pista, tratando de aliviar la presión sumergido en un duermevela mucho más amarrado a la realidad de lo que hubiera deseado. Me levanté de la butaca plegable, de lo que llamaba “El Banquiillo”, cuando me quedaban unos cinco minutos teóricos para salir a pista, y tampoco sentí en aquel momento ni la más remota sospecha. Néstor, uno de los chicos del equipo, me hizo una seña para avisarme de que la llegada de la moto al box sería inminente, en cuanto completara aquella vuelta para entrar al relevo. Entonces me volví a sentar en El Banquillo para sujetar la tensión mientras presenciaba todo el proceso del cambio de neumáticos. Cuando vi al gasolinero y al bombero del equipo prepararse para repostar la BMW, me levanté. Y aquél fue el momento.



CONTINÚA EN ....

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