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Anterior 01-ago-2016, 10:06  
Moriwoki
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Predeterminado Las apariencias siguen engañando

Hola a todos.

Tiempo sin aparecer por aquí, demasiado, para todo lo bueno que se puede uno encontrar en este rincón del Planeta de la Moto. Hoy os traigo otro relato, después, como digo de cierto tiempo. Un relato un tanto inverosímil -yo creo que bastante- sobre una secuencia que he vivido hace muy poco.
Espero que os guste.
Muchas gracias.



EL DUCATISTA MÁS INSOSPECHADO

Había salido de la cordillera para entrar en una zona difusa por su plana uniformidad, difusa para el mapa que llevaba conmigo, y difusa, también, por esa rara sensación que tenemos los motoristas en algunos parajes extraños del Planeta. Sí, algo así como si nos hubiéramos adentrado en una especie de triángulo de las Bermudas. La cuestión es que el navegador había entrado en contradicción con mi sentido de la orientación y con las escasas notas que aparecían en el plano, llevándome a pasar hasta cuatro veces por la misma rotonda, con un brazo de diez kilómetros en cada ida y otros diez en cada venida. Desesperante.
Cuando vi en el margen de la ruta una de esas estaciones de servicio francesas, apartadas y rurales, decidí detenerme al objeto de poner en orden mis pensamientos, marginar la frustración y sobre todo para eludir la desesperación que ya comenzaba a bullir desde mi estómago hasta mis pómulos, con el calor que me estaba cayendo encima.



Apagué el motor de la magnífica Ducati Multistrada que me había llevado hasta aquel rincón ignoto, en algún lugar al sur de Pau, y me apeé de ella dispuesto a entrar en la estancia anunciada bajo un rótulo de lectura un tanto pretenciosa: “Boutique”. Pero antes de echar el paso, un aborigen ataviado con su mono azul, salpicado de vistosos lamparones, salió de lo que parecía un taller agrícola en otra parte del edificio, saludándome con una cordialidad que me resultó incluso intempestiva. Al pasar a la tienda, el aspecto que mostraba la pretendida boutique era tan desolador que parecía encontrarse en el trance de un desalojo; y al mirar en el frigorífico, su aspecto desangelado no me ofrecía ni una triste Coca-cola para reanimarme con el efecto de su cafeína, por lo que tuve que conformarme con un refresco dulzón basado en el lejano sabor de alguna fruta exótica.



Cuando abrí la lata y escancié el primer trago, largo, cayendo sobre mi garganta como una redención, escuché a mi espalda un balbuceo del supuesto mecánico, con una frase que empezaba por la voz francesa “combien”, y de la que no fui capaz descifrar nada más, bien por mi nulo interés y bien, desde luego, por mi trasnochado francés. Y ahora viene este paleto a darme el tostón con la moto, pensé. Mil doscientos, le dije; 1200, repetí, ante su gesto de incomprensión. Hasta que reaccionó y volvió a preguntarme, esta vez con mayor énfasis, por el año de la Multistrada S que conducía. 2016, le apunté; versión de 2015, rematé. Y entonces el campesino gabacho se descolgó, para mi primera sorpresa, manifestando con orgullo que él también tenía una igual.



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