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Anterior 19-abr-2010, 22:56  
Moriwoki
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Predeterminado Más literatura e historia. Cómo era correr a los 20 años hace 30 (I parte)

Otro escrito más para leer con tranquilidad. Éste describe algunas de las complicaciones que traía consigo correr entonces y el entusiasmo con el que se superaban.
Si os gusta, colocaré la segunda parte.
Un saludo.
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CORRER A LOS VEINTE HACE TREINTA. Llegar a la carrera como sea. Correr es lo que importa.


1.980.

Se iba a celebrar la tercera y última prueba del Critérium AGV-SoloMoto de ese año. Mi Ossa Copa había salido muy mal parada de unos entrenamientos y me habían prestado para esta ocasión una Bultaco tan preparada que resultaba inidentificable: cilindro de Pursang MK-9, cambio de Astro, escape artesano forjado en Tarrasa, fibras TCP, estriberas de Ducati Vento y freno de disco AJP; un verdadero prototipo de Critérium.

Todo estaba listo para acudir a Calafat al día siguiente y recorrer los 140 kilómetros que separan a este circuito de Barcelona, donde vivía entonces. Pero en aquellos años, trasladar una moto de carreras a una pista era bastante más complicado de lo que es ahora: no mucha gente tenía coche, muy pocos tenían coche y moto -cualquier coche por barato que fuera y cualquier moto- y poquísimos tenían, además, un remolque. Para aquella ocasión, yo me trasladaría en mi moto de calle de entonces: una magnífica vespa 200; y la Bultaco de carreras viajaría en un furgón junto a la Streaker de Pepe Pardo y otras tres máquinas más. Todo estaba dispuesto. Volvería a casa para darme una regeneradora ducha y dejarme caer temprano en la cama tras la cena; así estaría listo y fresco a la mañana siguiente para el madrugón. Sin embargo, cuando me había lavado minuciosamente las manos y me disponía a abandonar el taller donde había dado los últimos toques a mi moto prestada, Pepe Pardo me salió al paso en el mismo umbral de la puerta.

-Se ha jodido lo del furgón, macho.

-No me digas, ¿y eso? –repuse.

-Van a llevar otras motos, no sé por qué… No me digas, el caso es que la tuya y la mía se han quedado fuera.

Me eché una mano a la cabeza y me surqué el pelo con los dedos extendidos. Resoplé, y Pepe Pardo también lo hizo, poniendo además los brazos en jarra.

-Tenemos el remolque de Fulano (no recuerdo el nombre, lo siento).

-¡Eso, y el coche de mi madre tiene enganche! –añadió él entusiasmado.

-Venga, pues voy a hablar con Fulano, a ver si nos quiere acercar el remolque a tu casa.

Tuvimos una suerte providencial, y Fulano no sólo nos prestó el remolque, sino que lo llevó, como necesitábamos, a casa de Pepe Pardo.

Pepe tenía su Bultaco Streaker, negra y dorada (La misma moto y los mismos colores con los que un tal Jorge Martínez Aspar apareció por primera vez en un circuito, precisamente el de Calafat), en su propia casa. Tan sólo habría que enganchar el remolque, cargar su máquina en un lado, y volver después a por mi moto. Nos dispusimos, presurosos e ilusionados, a enganchar el remolque en el Seat 1430 de la señora madre de Pepe Pardo. Lo arrastramos hasta el coche y al bajar la lanza para acoplarla en el enganche… Sorpresa: la bola era demasiado gruesa, o el acople del remolque demasiado estrecho. No encajaba.

Pepe Pardo saltó presto y, sin pensarlo, entró en la casa y volvió con una caja de herramientas en la mano. La abrió con tanta premura que casi vuelca todo su contenido sobre la hierba humedecida por el otoño y la tierra comprimida por el paso de las ruedas. Sacó de la caja una lima plana de fino granulado, la apoyó sobre la bola del enganche y empezó a frotarla con un ahínco obsesivo. Uno, dos, aplicaba concienzudamente la lima a uno de los aceros mejor templados, haciéndolo gemir como si realmente le estuviera arrancando las carnes. Yo le miraba anhelando dar algo de luz a mis esperanzas, y me dejé arrastrar por un inconmensurable deseo de correr y por la convicción que proyectaban los ojos de Pepe, fijos en el vaivén de la lima, expectantes ante el brillo de unas virutas fantasmales. Tras un par de minutos de intensa fricción, sus dedos comenzaron a agarrotarse y detuvo por unos momentos su afanoso empeño.

-Pásamela –dije decidido a meterle mano al acero.

Tomé la lima y la apliqué con ganas, la restregué cadenciosa y mordazmente sobre una y otra tangente de la esfera, buscando incluso conservar su exacta curvatura regular.

CONTINUARÁ...
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